miércoles, 20 de noviembre de 2013

84, Charing Cross Road

Llegaba tarde al Lapin, como últimamente suelo llegar a todos sitios, incluso los días en los que no tengo que ir a ningún lugar. Parece que la sensación de prisa y vértigo me persigue, como si el tiempo me atropellase, como si quisiera alcanzar cosas futuras que ni siquiera sé qué son y me siento estresada sin motivo aparente.

Debido a mi ausencia, el cartero había dejado un puñado de cartas atadas con un cordel encima de mi mesa.





- Facturas y publicidad…- pensé yo- pues casi nadie, además del banco, sabe mi nueva dirección.

Acerqué el fajo de cartas a la luz del candil para poder ver la procedencia.

Marks and Co.
84, Charing Cross Road, Londres.

- ¿Londres? Se han equivocado…

Pasé el primer sobre al último lugar y la segunda carta estaba dirigida a EE.UU.,  a la señorita Helene Hanff. Volví a colocarla en la parte baja de la montaña de cartas y ahí volvía a aparecer la calle londinense Charing Cross Road. No podía ser una equivocación…

                                 

Me dispongo a sentarme y abrir los sobres, uno por uno, e ir leyendo las palabras extraviadas de una relación epistolar que se dio durante un dilatado periodo de tiempo (entre octubre de 1949 y 1969) entre la escritora de guiones Helene Hanff y los trabajadores de la librería Marks and Co.

Lo que, en un primer momento, parece ser un simple pedido de libros de segunda mano difíciles de encontrar en el país americano, se termina convirtiendo en una gran relación de amistad entre la autora y los trabajadores de la tienda de libros antiguos. En la correspondencia, vemos la evolución de las relaciones, la calidez de las palabras, las felicitaciones, el intercambio de algunas fotografías para conocerse mejor, regalos de Navidad, algún que otro cotilleo…

84, Charing Cross Road es de esas obras breves que encierran tanto calor humano dentro que quisieras que las cartas entre los protagonistas no acabaran nunca. Cuando lo terminas, quisieras volver a empezarlo (yo lo he hecho pero con el libro en inglés, para así ir aprendiendo algo más). Y cuando abres el email por las mañanas (porque doy por hecho que casi nadie, al menos yo no lo hago, se levanta y sale a la calle a abrir el buzón de verdad, a menos que estés esperando un paquete y te haya llegado el sms al móvil de que “llegará hoy a las 10am"), deseas que aparezca una nueva carta entre la señorita Hanff y Frank Doel, o cualquiera de los trabajadores, y que se sigan contando cómo les va la vida a un lado y al otro del Atlántico, mientras tú eres su testigo desde el silencio, pero sintiéndote parte de la historia.


No sé qué más puedo decir de este libro que te hace sentir tanta nostalgia por las cartas de verdad, de las de papel y sobre. Es una obra tan emotiva, tan cotidiana… Me ha transmitido tanto y me siento tan incapaz de expresarlo aquí, que casi mejor os dejo que lo descubráis por vosotros mismos. De verdad, es un imprescindible del que me atrevería afirmar que, todo el que lo lee, vuelve en algún momento a él para releer cualquiera de sus cartas. 




Las fotos son todas de Internet, excepto la primera de las portadas (las otras dos portadas las he puesto porque me parecen las más bonitas de las que he visto).

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Remember, remember the fifth of November…

El pasado sábado, pensaba pasarme la noche en casa viendo alguna serie. Sin embargo, unos amigos me pidieron que les hiciese de canguro y se truncaron todos mis planes. De camino a la casa, que se encontraba en mitad de la nada, sin farolas, sin indicaciones, una carretera de campo… me llamó la atención que en los pueblos de alrededor parecían estar tirando fuegos artificiales sin descanso.

Bonfire en Londres

En cuanto llegué, le pregunté al padre que a qué se debía y me explicó que era la Bonfire Night (Noche de las hogueras) (en realidad esa noche es la del 5 de Noviembre, pero como este año caía en martes laborable, pues pasaron el festejo al sábado). Conmemoran el intento fallido de algunos cristianos, entre ellos Guy Fawkes, de hacer estallar el Parlamento en el año 1605, debido al mal trato que recibía este grupo religioso por parte del rey (a muchos os sonará la historia por V de Vendetta).  Para celebrar que aquel atentado no tuvo éxito, hay espectáculos pirotécnicos en todas las ciudades y pueblos y los niños queman muñecos de Guy Fawkes.

Ocho de los conspiradores


                                                     

Y tras la explicación y los niños acostados, allí me encontraba yo: sola, en una casa de campo descomunal, con ventanales por todos sitios que daban al oscuro jardín, escuchando la tormenta y los aullidos del virulento viento que se había levantado,  con mi móvil inglés apagado y sin batería (como de costumbre) y con la sensación de que, en cualquier momento, sonaría el teléfono de la casa y yo lo cogería para ver cómo una voz ronca y distorsionada me amenazaba desde dentro de la casa… (sí, así de valiente soy yo sola y en la oscuridad…).

Pero como no tenía más remedio que quedarme allí y hacerme la valiente, pensé en llamar a alguien para que me hiciera compañía. Y entonces pensé en ella, una escritora que cuando estamos leyéndola, la sentimos cálida, reparadora, cercana… casi como una amiga.

Escritorio de Chawton



En cuestión de minutos, me instalé al lado del horno de la cocina (unos hornos antiguos que aquí dejan encendidos las veinticuatro horas del día) y Jane Austen vino a compartir la noche conmigo. Me encanta encontrarme con ella en Noviembre.

Cocina de casa de Jane Austen, Chawton

Sus palabras me envolvieron desde el primer momento en que me presentó a Emma. Preparamos té, que acompañamos con algunas chocolatinas que aún quedaban del “truco o trato” de los niños, y pasó seis horas narrándome el peculiar carácter de Emma Woodhouse; el comienzo de la amistad de ésta con Harriet Smith, una chica más joven y humilde, a la que traerá de cabeza con sus consejos sobre el amor; la hipocondría del señor Woodhouse; las protocolarias visitas a su casa para la cena y los juegos de cartas… 



Las horas pasaron casi sin darme cuenta, me encontré con una Jane Austen risueña y sarcástica que me sacaba una sonrisa en cada momento. Sin embargo, en cuanto se abrió la puerta de la cocina y los padres de los chicos entraron a las dos de la madrugada, la señora Austen se levantó y se fue por la puerta principal, tan discreta como siempre.


Así de bien acompañada pasé mi Noche de las Hogueras (que hubiese querido publicar antes, pero me ha sido imposible, soy como el conejo de Alicia, siempre voy con falta de tiempo). Aún no he terminado de leer Emma, pero estoy deseando volver a invitar a Jane Austen a tomar una taza de Earl Grey (con leche, por mucho que me digan los ingleses que es sin leche) y pasar juntas todas estas tardes de lluvia, en las que la oscuridad de la noche se hace dueña del cielo cada vez más temprano (16:30).
Las fotos son todas de Internet, excepto las de Chawton que las hice durante mi visita de las Pascuas pasadas.