lunes, 28 de enero de 2013

Muchos virus y pocas lecturas



En primer lugar, quiero pedir disculpas por no haber podido venir al blog antes, pero desde el siete de enero llevo encadenando un virus tras otro. Y es que cuando estás estresada o nerviosa, aunque no lo quieras demostrar, termina saliendo por un sitio o por otro. Se ve que he tenido las defensas bajas y virus que ha pasado por la puerta de casa, virus que yo he hecho mío. Pero bueno, finalmente, fui al médico y con antibióticos y algún que otro bizcocho que me han hecho, ya estoy mejor. 
 
Mañana mi muchacho (al que a partir de ahora llamaré heavy-chef, porque aquello de que le encanta cocinar) se va una temporada al extranjero y hemos estado bastante liados con las despedidas, arreglando papeleo, haciendo maletas… 

Así que entre una cosa y la otra casi no he leído nada este mes que ha pasado. Espero ponerme al día a partir de mañana, cuando heavy-chef haya llegado y me diga que allí todo está bien. 

Y, con mucho retraso, aquí os enseño los regalos de esta Navidad:

 La señora Emily Brontë  (Cumbres Borrascosas) y el señor Dickens (La Tienda de Antigüedades) vinieron de la mano de mi padre. 



Como me encantan las ilustraciones, chico-heavy me trajo a Blancanieves ilustrada por Benjamín Lacombe. Y, como a él no le gusta hablar, le contaría mi vida a la muchacha de la tienda y ella le regaló esa preciosa bolsa con ilustraciones de Rebecca Dautremer para mí.



Mi querida Enriqueta (Macanudo, de Liniers), como cada Navidad, vino a verme. Me están haciendo una pequeña colección y, cada año, cruzo los dedos esperando que caiga. Esta vez, ha venido acompañada de Roal Dahl (El Gran Gigante Bonachón).  




Mis padres también me han regalado un ebook precioso. Ya traía una funda "profesional", pero a mí me gusta proteger todas mis cosas, quizás en exceso, así que me puse y le he cosido yo una propia (es la primera vez en mi vida que me he acercado a una aguja; así que, a pesar de tener algunos fallos, estoy muy feliz de que haya salido algo parecido a una funda). 



Y, para terminar, he dejado el que ha sido más difícil de conseguir: Cartas de Papá Noel, de Tolkien. Desde que lo vi en el blog de María lo quise, pero claro, me dijeron que estaba descatalogado y, ni siquiera encargándolo a la editorial, me lo pudieron traer. Pero bueno, ahí empezó el trabajo conjunto entre mi padre y chico-heavy y, una tarde, el libro apareció en casa. Lo encontraron en una librería de Huelva y mi padre fue a buscarlo personalmente. Tiene una pequeña raja en la portada, pero no me importa, ¡para mí es perfecto!


Pues esos han sido mis regalos, todos geniales como podéis ver. Estos días pasaré por vuestros blogs, ahora me tengo que ir para ver si podemos cerrar las maletas. ¡Muchos besos!

miércoles, 9 de enero de 2013

Virginia Woolf



Anoche volví al Lapin. Venía cargando en mis brazos los libros nuevos que me han regalado por Navidad. No tenía intención de quedarme, sólo iba a depositarlos sobre la mesa para ya volver, mañana o pasado, a encontrarme con alguno de los personajes que habitan entre sus páginas. 


Pasé un dedo por el alféizar de la ventana y estaba cubierto por algo de polvo. Limpié un poco la mesa (no me gusta que los libros se ensucien) y volví a colocar mis nuevas adquisiciones, una por una. Acaricié la portada de la última novela. Era rígida, suave, colorida y estaba fresquita en comparación con mis dedos.
No iba a leer nada, estaba muy cansada y con un poco de mal cuerpo, pero mis dedos vacilaron antes de irme. Acerqué una pequeña lámpara a la mesa y abrí el libro por la primera página. 

Ante mí apareció la dulce y mordaz Virginia Woolf. Traía dos tazas de té, del resto que aún quedaba del té navideño. 


-          Te ayudará con ese frío que tienes- me dice, mientras aprieta mi mano y se sienta a mi lado.

La novela gráfica me desvela su niñez. La primera imagen que se refleja es Virginia a la edad de siete años, viajando en un tren, perdiéndose en las flores de la falda de su madre. Todos los veranos, la familia escapa de la ciudad londinense con destino a St. Ives (Cornualles). Se trata de un lugar muy amado por la señorita Woolf (por aquel entonces llamada aún Virginia Stephen).  Me cuenta cómo disfrutaba de la naturaleza, de los paseos en barca, del mar, de las olas…

Julies, Virginia y Adrian.

Sigo perdiéndome entre las ilustraciones de cada hoja y percibo cómo la piel de Virginia se tensa en sus nudillos. Aprieta las manos en los momentos más desagradables de su infancia, como la muerte de su madre o la relación con su hermanastro George. 

Sin embargo, su gesto se relaja cuando aparece su hermana Vanessa, quien fue siempre su fiel compañera.
Tras la pérdida de su padre, los signos de melancolía y depresión se convierten en compañeros habituales de nuestra escritora. No obstante, Virginia vuelve a ser feliz cuando se muda a vivir con sus hermanos a Bloomsbury. 


 Es en estos momentos donde la encuentro más animada y realizada. Me enseña los artículos que escribe para The Guardian; me hace partícipe de sus reuniones literarias y bohemias con otros intelectuales como C. Bell (que se casará con su hermana Vanessa) o su futuro marido Leonard Woolf (con quien fundará su propia editorial).



Pero es al hablar de literatura cuando el brillo de sus ojos se torna más intenso. Su amor por la cultura y la escritura es inenarrable. Me avergüenza decirle que sólo he leído una de sus novelas, Flush; pero le explico cuánto me gustó. Me la regalaron hace dos Navidades y me pasé dos días sin separarme del libro, hasta que pude terminarlo. 

El reloj va devorando minutos, cada vez más deprisa. Sin apenas darme cuenta, Virginia me ha contado toda su vida, de una forma amena y sin profundizar en detalles morbosos. 




Al cerrar la última página, Virginia se lleva una mano a la frente, quizás esté tan exhausta como yo, o quizás son las voces que la angustian y que no ha logrado superar. Se despide cariñosamente, ojalá pudiera retenerla un poco más. Al levantarse, el choque de las piedras resuenan en el bolsillo de su abrigo, supongo que vuelve a su hogar, en lo más profundo del lago…



Debo acostarme ya, es bastante tarde y ella también se ha marchado. Pero estoy segura que volveré a abrir el libro para reencontrármela; para intentar aliviar su pesar cuando lo necesite, para verla disfrutar mientras escribe o, simplemente, para compartir una taza de té mirando las olas de St. Yves desde la ventana del Lapin. 

No he tenido la oportunidad de pasarme antes, pero espero que hayáis tenido una buena entrada de año. Después de todo el período navideño sin escribir, me apetecía compartir con vosotros esta novela gráfica que ha editado Impedimenta. La había visto varias veces y no quería caer en la tentación de comprarla, pero al final ha sido uno de los regalos de Reyes. En la próxima entrada, enseñaré los otros regalitos literarios.