viernes, 23 de noviembre de 2012

Léeme algo gótico...



Lovecraft
Con motivo de ser noviembre el mes de Halloween, quise adentrarme un poco en alguna lectura más oscura. Sin pensármelo mucho, para no echarme atrás, preparé dos cartas que fueron enviadas lo más rápido posible. Una fue para el joven H. P. Lovecraft y otra para Edgar Allan Poe. 

Lovecraft fue un chico solitario, sobreprotegido, reprimido y fantasioso. Su madre siempre le prohibió que se relacionase con otros niños de Providence (donde nació), por considerarlos de clase inferior. Todo ello, y sus futuros problemas económicos, influirá en su literatura.


Cuando llegó al Lapin parecía algo desconcertado. Era aún un Lovecraft joven, de dieciocho años, que traía bajo su brazo el relato de El Alquimista. No quiso tomar nada, se limitó a leer su cuento de terror sin ni siquiera mirarme. Su actitud era desconcertante pero, en lo más profundo de él, percibía los vestigios de ese niño al que no le dejaron socializarse. No podía culparlo, no era un chico maleducado, simplemente estaba acostumbrado a estar solo.

Sus palabras me llevan a una montaña donde se yergue el castillo de Antoine, el último conde de C. La familia de Antoine arrastra una maldición centenaria que hace que sus condes mueran, sin excepción, a la edad de 32 años. 

Lovecraft me hace querer saber más y más de su historia. Sin embargo, a pesar de sus pasadizos oscuros y de sus leyendas de muerte, este relato no ha producido en mí el terror que esperaba. Más bien, he visto en Antoine la misma soledad que, imagino, sentía él durante su infancia.





Súbitamente, tras finalizar el relato, el joven se levanta y se esfuma de la sala. Me quedo pensativa, con la cabeza apoyada en la mano y mirando por la ventana. Sin esperarlo, el cielo se oscurece de pronto, como algo antinatural, y las nubes color ceniza comienzan a escupir el agua a chuzos. 

Edgar Allan Poe asomaba ya por una de las esquinas cercanas. Vestía un atuendo oscuro y caminaba erguido, con un cuervo posado en su hombro. Le adiviné una vida más apasionada que aquélla que le había tocado vivir a Lovecraft. 
J. Cusack interpretando a Poe en  The Raven

 La intensa lluvia cesó, tan de repente como había aparecido, y una espesa niebla comenzó a cubrir la calle adoquinada. No sé explicar los motivos que me llevaron a tomar esta decisión pero, por primera vez, me levanté de la mesa antes de que mi invitado pudiera llegar y le pedí a alguien que se sentara conmigo. No quería estar a solas con el señor Poe. Lo reconozco, me provocaba terror incluso antes de conocer sus escritos. 

Allan Poe llegó a nuestra mesa y aceptó la invitación de tomar una taza de té. Se sentó y no sé cómo lo traería escondido, pero del interior de su chaqueta apareció un gato negro que me daba la espalda. Lo miraba sólo a él y Poe se limitaba a soportar su presencia.

Comenzó el relato de El Gato Negro. Una historia donde lo macabro y el miedo se disputan el primer puesto en los sentimientos creados. Finalmente, he de decir que se alza con la victoria un sentimiento macabro y desagradable. 


Cuando la historia toca su fin, el gato salta a la mesa con un bufido casi infernal. Doy un salto, arrastrando mi silla hacia atrás. Mi compañero pone una mano en mi rodilla para hacer contrapeso y que no me golpee la cabeza contra la pared. Cuando me recompongo, Edgar Allan Poe ya está en el marco de la puerta del Lapin con el gato ronroneando en sus pies. Se lleva dos dedos a las comisuras de los labios y emite un largo silbido. Un cuervo se posa en su antebrazo y me grazna, enfadado. 

-          Volveré a visitarla señorita, tengo muchas historias para usted- se despidió, llevándose consigo toda la oscuridad que había traído enganchada a su capa y a su alma. 


Me costó decidirme a leer a estos dos grandes de los relatos de terror. Lovecraft es algo más misterioso y melancólico. A Poe lo he encontrado, al menos en este relato, más cruento, feroz y desalmado. Pero he de decir que me han gustado mucho más de lo que esperaba y estoy deseando leer más de ellos.
El Gato Negro no lo leí sola. Es más, no lo leí yo. Pedí que me lo leyeran en voz alta. Es la primera vez en mi vida que alguien me lee y ha sido una experiencia muy bonita. Cuando era pequeña en el colegio, no entendía nada cuando los otros niños leían. Sin embargo, hoy ha sido precioso escuchar una historia de la boca de otra persona ¡Gracias!

sábado, 10 de noviembre de 2012

Cranford, de E. Gaskell





Hacía un año que esperaba esta visita y, por fin, ha llegado. Ayer por la tarde, cuando entré en el Lapin Agile, el camarero me trajo un pequeño sobre lacrado con una maravillosa caligrafía escrita a pluma.


     Buenos días sta. María José, tengo el gusto de comunicarle que hoy pasaré a hacerle una visita a su Lapin Agile. Afectuosamente, Elizabeth Gaskell.


Mujer leyendo una carta. Vermeer.
 Leí la nota varias veces, como si tuviese el convencimiento de que encontraría una palabra o frase nueva si la leía una y otra vez. La guardaba en un bolsillo e, inmediatamente, la volvía a sacar. Las primeras horas de la mañana pasaron rápidamente, parecía que el reloj estuviese gastándome una broma, como ocurre siempre que estás nerviosa o temes un evento determinado. 

Elizabeth Gaskell

Pero, llegado el momento, todo el nerviosismo se disipó. La señora Gaskell entró con una expresión relajada, pero con paso seguro y contundente. Yo, que estaba sentada en el suelo intentando limpiar de mis zapatos el polvo del desuso, me levanté presta a recibirla. 

-          Buenos días, señora Gaskell ¿Quiere un té?- lo dije sin pensar, intentando ser cortés. Quizás le debería haber preguntado por el viaje, pero salió así.
-          No, querida, te lo agradezco. Tenemos que colocarte el sombrero antes de comenzar el viaje al Cranford de 1840- dijo sacando un bulto de una sombrerera que traía colgada del brazo.

Niñas poniendo flores en su sombrero. Renoir.

 Mientras me colocaba bien el sombrero, yo intentaba estar lo más quieta posible. Noté que había veces que aguantaba la respiración para no molestarla. Ella me fue explicando amablemente que, en Cranford, podías vestir con las mejores sedas si quisieras pero si no llevabas un elegante sombrero, no estarías bien considerada.

Así que, una vez que estuve presentable, nos montamos en su carruaje y emprendimos el camino a esta pequeña villa inglesa. De camino me informó que, contrario a lo que yo creía, la población de Cranford era mayoritariamente femenina y que éstas tenían un poder y status social bastante elevado. 

Los cascos de los caballos dejaron de sonar y llegamos a nuestro destino. Las amigas de la señora Gaskell nos estaban esperando formando una fila, una al lado de la otra: las hermanas Deborah y Matilda Jenkins, la señora Forrester, la señorita Pole, la señora Jamieson y la señorita Mary Smith.

Las chicas de Cranford

Tras los saludos, entramos en el salón de la casa, que pertenecía a las hermanas Jenkins, para tomar algo de té y pastas. Yo me limitaba a escuchar y sonreír, hasta que alguien se dirigió a mí:

-          ¿Tiene usted pretendientes, señorita?- me preguntó la señora Forrester.
-          No… no, exactamente- respondí balbuceante, después de mirar a la señora Gaskell.
-          Muy bien querida, no se necesita ningún señor para gobernar bien una casa- concluyó la señorita Deborah Jenkins.

La señorita Deborah se erigía como la dama más severa entre todas ellas y la de convicciones más rígidas. Sin embargo, como la señora Gaskell me relató, en los momentos necesarios, podía olvidarse de esos inquebrantables principios con tal de ayudar a una amiga.

Matilda, Mary Smith y Deborah Jenkins.

Elizabeth Gaskell ocultaba su sonrisa llevándose la taza a la boca. Se le ve orgullosa de los personajes que ha creado. 

Después del té, comenzaron a jugar al preference, un juego de cartas que no entendí. Así que la señorita Matilda me enseñó la casa. Tenían la ventana con la mejor vista de la ciudad y por la que mejor se podía cotillear.


Entre desayunos, meriendas y reuniones parece como si en Cranford no sucediera nada. Pero no es así. A medida que vas adentrándote en la historia, comenzamos a descubrir pequeños detalles, cambios que Elizabeth Gaskell introduce con gran elegancia y soltura. Te atrapa poquito a poco, con una quietud y serenidad que te envuelve, hasta que deseas quedarte en ese salón de la candorosa Matilda Jenkins para siempre.
Matilda Jenkins

 El sol va declinando y debemos ponernos en camino si queremos que nuestro cochero tenga visibilidad durante el viaje. Así que me despido de todas ellas y volvemos al Lapin Agile. La señora Gaskell pide amablemente bajar unas esquinas antes de llegar al Lapin. La dejo ir, mirando de soslayo cómo se va perdiendo entre la gente de la calle hasta desaparecer. Y yo vuelvo a casa descalza y despeinada, después de haberme desprendido del sombrero, pero sintiendo una calidez humana que sólo Elizabeth G. y sus chicas pueden hacerte sentir. 


Ha sido extraordinario poder leer por fin este libro. Hace más de un año lo pedí en una gran librería y me dijeron que ni lo tenían, ni lo esperaban. Y yo pensé que lo habrían descatalogado y que tardaría años en poder encontrarlo. Sin embargo, al cabo de unos seis o siete meses, encontré la noticia que exponía que la editorial Alba lo había reeditado a un precio bastante asequible. Así que, llegado el otoño, por fin me decidí a comprarlo y disfrutar de la vida en Cranford, de ese círculo de amigas de alta sociedad, de sus alegrías, de sus pesares, de sus lujos, de sus estrecheces… pero sobre todo, de su amistad y no me ha defraudado lo más mínimo.


Las fotos son de internet y las de los personajes pertenecen a la serie Cranford que realizó la BBC. Me encanta que eligieran a la actriz Judi Dench como Matilda Jenkins.