domingo, 30 de septiembre de 2012

Cartas a Théo



El otoño ha venido a derramar colores azules, rojos y amarillos por todo el Lapin Agile.
Por aquí, llevábamos unos días de lluvia que me habían desordenado la rutina. En el sur no estamos muy acostumbrados a que llueva más de dos días seguidos y, cuando esto pasa, yo no me hallo. No doy pie con bola y termino estresándome.  





Así que, pasando una mañana solitaria y lluviosa sin poder salir del Lapin Agile, vino a visitarme alguien muy inesperado.
Parecía traer el otoño agarrado a sus cabellos mojados. Su cabellera rojiza me hizo sonreír y darme cuenta de lo bonito que puede ser una mañana de lluvia. Se acercó a mi mesa como si me conociera desde siempre y pidió un café al que le añadió algo de alcohol que traía en su petaca. 



Luego, Vincent Van Gogh comenzó a hablarme de la relación con su hermano.  Théo siempre fue su protector, su mecenas y marchante, su apoyo, su amigo, pero sobretodo, su hermano.

Me habla de que quiso dedicarse a predicar entre los pobres, vocación que terminaría abandonando para abrazar el arte. Comenzó con el dibujo, pero éste no le llenaba en absoluto y se decidió a probar con la pintura al óleo. Y ahí fue donde Vincent pudo volcar toda su personalidad, sus temores, sus alegrías, sus entrañas...
Éste es uno de mis preferidos. Lo pude ver en Orsay y me encantó.


Aconseja a Théo sobre qué cuadros ir a visitar a los museos o exposiciones de París, pero también de literatura. Le apasionan Zola, Maupassant, Enrique VIII de Shakespeare, Cuento de Navidad de Dickens…
Como bien sabéis, Vincent fue un artista rechazado en vida. Su particular forma de ver el arte, nunca fue reconocida en su tiempo y esto le atormentaba física y mentalmente. No tenía dinero y, en su correspondencia con Théo, leemos cómo debe pedirle dinero constantemente a su hermano para poder sobrevivir. 

Les Vessenots


Vincent tiene un carácter inestable y, a veces, hosco; lo que le lleva a discutir con su hermano. Pero también hay bondad y amor en él. Un amor romántico del que habla alguna vez a su hermano, pero sobre todo, disfrutamos de un gran amor fraternal. Está convencido de que su hermano Théo, en su papel de marchante de obras, es igualmente un artista. Vincent suele decirle que él forma parte de sus cuadros. Incluso, llega a animarle para que se dedique a pintar, junto a él.

El Sembrador
Comedores de Patatas

Van Gogh expone en sus letras que quería expresar el dolor verdadero, la miseria de los que trabajan en el campo o en las minas, el cansancio… 






Él pintaba sentimientos y lo dice así: “me gustaría expresar en mis obras lo que hay en el corazón de este excéntrico, de este nadie”.

Vincent me habla de su estancia en Arlés. Quizás, en estos momentos, es cuando lo encuentro más inestable, con cambios de actitud, movimientos nerviosos… Aquí llega a vivir ayunando, debido a la pobreza (En cuatro días se ha alimentado de 23 cafés y algo de pan, que aún le debe al panadero) ¡No se imagina cuánto me apena!

Café Nocturno, donde Vincent decía que era un sitio donde uno puede arruinarse o volverse loco.


Ha invitado a Paul Gauguin a pasar una temporada con él para sentirse acompañado y, también, para compartir gastos. De su amigo habla siempre muy bien, incluso dice, que era muy buen cocinero. 

De repente, el gesto de su rostro se vuelve tenso y su faz se tiñe de gris ceniza. Comienza a leerme una carta del 9 de enero de 1889:
Físicamente estoy bien y la herida se cierra, estoy comiendo bien”.

Sé a lo que se refiere. Ya ha tenido la gran pelea con Gauguin. Y, en su incontrolable ataque de rabia, se ha cortado la oreja. 



Después de esto, lo ingresarán en el hospital y comenzará su gran declive. Pasa muchas temporadas entre internamientos y pequeñas salidas. La gente del pueblo lo considera alguien peligroso. Él intenta tranquilizar todo el tiempo a su querido hermano, aunque las crisis suelen ser cada vez más agudas y reiteradas.
Una sonrisa irónica aparece en el rostro de mi pintor con pelo de fuego. Creo que ha visto mi desasosiego. 

-          No debes preocuparte- me dice- acepto mi enfermedad, como cualquier otra. Puedo vivir con ella, cada vez estoy mejor.


Casa amarilla
La Habitación de Van Gogh
 Sé que intenta tranquilizarme, a mí y a su hermano Théo a través de estos escritos. Pero también veo el temblor de sus manos, sus miradas furtivas a sus espaldas (por si la policía viene a por él), sabe que lo han declarado un peligro público en la ciudad… 




Sus últimas cartas parecen contener un hilo de esperanza en su curación. Parece que la alegría está con él. Sin embargo, veo que guarda una última carta en el bolsillo de su abrigo y sale a paso ligero del Lapin Agile.
Intento correr detrás de él para decirle que, tal y como él presentía, tendrá éxito; que seremos muchos los que admiramos su arte; que sus cuadros cosecharan una fortuna en cada subasta… Pero es tarde. Él cruza la calle y veo como saca una pistola de uno de sus bolsillos y se dispara en el pecho. 

Y allí me quedo yo, en mitad de la acera, con el pelo mojado pegado a mi cara y con alguna lágrima entremezclándose con las gotas de lluvia.

Théo le sobrevivirá sólo unos meses. Y su viuda se encargará de difundir el arte de Vincent, así como la correspondencia que hoy tengo entre mis manos.
El género epistolar es una joya. A través de sus misivas al hermano conocemos sus viajes y sus estados de ánimo de su propia mano. Es una verdadera suerte que se hayan conservado todas estas cartas. Y esto se lo tenemos que agradecer a la viuda de Théo, a quien mal aconsejaron que destruyera el grueso número de cuadros que Vincent había dejado. 
Un trocito de mi colección de postales y marcapáginas
Siento haberme extendido tanto hoy, pero no os imagináis lo difícil que me ha sido hacer un resumen de todo lo que he sentido con este libro. Espero que lo hayáis disfrutado tanto como yo, a pesar de que lo he leído en una edición de los 80, que había en la biblioteca.

martes, 18 de septiembre de 2012

En un agujero en el suelo...




…vivía un hobbit.

Ésa ha sido la primera frase que he escuchado cuando esta mañana he entrado en el Lapin Agile. He mirado en dirección a la esquina de donde procedía la voz y allí estaban. Formaban un grupo de varios hombres, vestidos con jersey y con muchos papeles desparramados por la mesa.

-          ¿Qué es un hobbit, Ronald?- preguntó uno de ellos.
-          Sí, Tolkien explícanoslo- pidió otro.
-          ¿Tolkien?- me pregunté yo- éste debe ser el grupo de los Inklings.





Me dirigí rápidamente a la mesa de al lado, antes de que nadie pudiera quitarme ese puesto privilegiado. Eché una ligera mirada… y allí estaban J.R.R. Tolkien, C. S. Lewis (autor de las Crónicas de Narnia), su hermano Warren, Charles Williams…

-          No me lo puedo creer, el Lapin se ha convertido, por un día, en el pub Eagle and Child de Oxford- me decía yo con entusiasmo.


Me senté de espaldas a ellos, pero con la silla casi pegada a las suyas, para no perderme nada de la historia que iba a comenzar a narrar Tolkien.

-          Los hobbits son (o fueron) gente menuda de la mitad de nuestra talla, y más pequeños que los enanos barbados.

Y, desde que pronunció aquellas palabras, el Lapin Agile cambió de aspecto y todos nosotros nos acomodamos en la casa ovalada de Bilbo Bolsón (el protagonista de nuestra historia). Una vez instalados (en una esquina, como meros espectadores), con una taza de té y pasteles de miel, el relato siguió su curso.
Estábamos en la Tierra Media, concretamente en la comarca de Hobitton, para ser testigos del viaje que el señor Bilbo estaba a punto de comenzar.



Gandalf entró y le dejó el mensaje de que tenía que emprender una aventura. Al principio el pequeño Bilbo se negó en rotundo. Pero, al día siguiente, su casa se llenó de enanos ¡de trece enanos nada menos! Y no tuvo otra opción que claudicar y seguirlos en la gesta que proponían.





La aventura consistía en ascender hasta la Montaña Solitaria, donde estaba un antiguo tesoro. Éste, ahora custodiado por Smaug (un enorme y despiadado dragón), había pertenecido a la raza de los enanos desde tiempos inmemoriales, hasta que el dragón lo robó.



El viaje de la compañía, como Tolkien la llamaba, estaba lleno de aventuras. Recorrerán los campos cultivados de la comarca, saldrán a bosque abierto, pasarán por el Bosque Negro, por Rivendel (el bosque de los elfos), se enfrentarán a trasgos, pedirán ayuda a las águilas, a los hombres… harán lo posible y lo imposible para atravesar los riscos escarpados que conducen a la montaña de Smaug y luchar por su tesoro.


La historia toca su fin y, aunque todos remoloneamos un poco delante de la chimenea de la casa de Bilbo enrollándonos en nuestras capas de viaje, la escenografía de la Tierra Media se desvanece entre nosotros como brumas que se escabullen por nuestros dedos.




Vuelvo a estar sentada en mi mesa del Lapin Agile. Giro mi silla para ver si aún queda alguien del grupo de los Inklings, pero no… Vuelvo a estar sola. Así que cierro mi libro de El Hobbit y me consuelo rememorando las aventuras que acabo de vivir.

Katia leyendo. Balthus.



Estoy deseando que llegue la película a los cines (aunque, sinceramente, me parece que hacer tres películas de este libro es pasarse).

martes, 4 de septiembre de 2012

Un Mundo Feliz



“Cuando el individuo siente, la comunidad peligra”.

Hoy quería hablaros de Un Mundo Feliz de A. Huxley. 

 Imaginad un mundo futuro donde no exista el dolor, ni las enfermedades... pero tampoco el amor, ni la familia, ni la verdad. Un mundo donde, incomprensiblemente, la gente es feliz. Feliz porque se le ha enseñado a serlo, porque no conocen otra cosa, porque no saben (ni deben saber) pensar, ni tener criterio, ni acceso a la cultura…







Esto último me ha hecho reflexionar muchísimo. Tanto en la realidad como en la ficción, la cultura es el arma más peligrosa que tiene la gente. Es un hecho. A lo largo de la historia, los gobernantes autoritarios lo primero que han hecho es sesgar el acceso a la educación, censurar libros y autores… ¡prohibir pensar! Y es que un pueblo inculto es más fácil de ser engañado y manipulado. Una comunidad sabia es imposible de doblegar.


 

Huxley nos muestra una distopía de ésas que, a mí, me da pavor imaginar. Formas de aprendizaje forzado; exterminación de la Historia, de la literatura; de la individualidad; verdades que se interiorizan a base de repeticiones... Esto ya lo leí también en 1984 de G. Orwell: “si repites una mentira las veces necesarias, termina convirtiéndose en verdad” (a mí es la frase que más me impactó del libro). Es una aberración, pero una aberración que sabemos que existe hoy en día en muchos lugares. La manipulación de la verdad y, por tanto, de la conciencia de la gente está a la orden del día. 




No quiero desgranar el libro porque merece la pena leer (el de Orwell también), es una joya. Nos acerca a una sociedad autoritaria y piramidal, donde el poder se concentra en una sola persona que hace y deshace como quiere. Éste gobierna sobre una comunidad, de seres estériles, creada por clonaciones para que trabaje y ame lo que hace. Esta comunidad goza de comida, de bonitos ropajes, ausencia de dolor y de todos los placeres carnales que quiera (siempre que sea sólo placer, nada de amor). El amor crea lazos, el amor podría hacer tambalearse los cimientos más sólidos de cualquier sociedad. Esto tampoco es nada nuevo, en la Grecia Antigua, a los soldados espartanos o la guardia tebana ya se les prohibía tener familia, para evitar distracciones o contradicciones morales. 

El amor y el saber se erigen como los principales aliados de la subversión. 

Podría estar disertando durante horas, pero entonces… os destrozaría el libro. 



A mí me ha recordado mucho a una película. Bueno, realmente, la película está basada en el libro homónimo (Nunca me abandones, de K. Ishiguro), pero yo no he podido conseguirlo en la biblioteca de mi pueblo. La película me la recomendó una buena amiga (siempre suelo leer el libro antes de ver la película, pero me entró el ansia…). Está protagonizada por Keira Knightley, Andrew Garfield y Carey Mulligan (la actriz de An Education… buenísima también). Aunque sólo sea por disfrutar de la actuación de Mulligan, vale la pena quedarse un ratito delante de la televisión.  



El argumento, evidentemente, no es el mismo. Pero sí tiene elementos comunes, en cuanto a la visión futura de una humanidad controlada, donde unos niños son creados (seleccionados genéticamente) exclusivamente para salvar a otras personas. Como distopía me siguen gustando más 1984 y Un mundo feliz, pero también influye el hecho de que la película no haya reflejado todo el argumento del libro (cosa normal, por otra parte), y que puede que me haya perdido muchos detalles.

Quizás hoy, cuando os sentéis, encontréis el Lapin agile más oscuro de lo normal. Pero es que Huxley y Orwell, a pesar de habernos aportado dos grandes obras, me han dejado algo pensativa. Sin saber muy bien describir los verdaderos sentimientos que han provocado en mí.