jueves, 21 de junio de 2012

El Seto de las Zarzas


Si hay algo que siempre he anhelado, desde pequeña, es saber dibujar. A mí la naturaleza me puso dos manos como remate de los brazos, pero como me podría haber puesto dos patatas cocidas… me hubiesen servido para lo mismo, en cuanto a manualidades se refiere. 

En el colegio odiaba las clases de plástica. Ninguna técnica se me daba bien: ni los lápices, ni el carboncillo, ni el pastel, ni la sanguina, ni nada. Era una completa inútil. En mi cabeza, términos como la perspectiva, la proporción o el orden no tienen sentido. Pero bueno… lo importante es conocer tus debilidades y ponerles solución o, directamente, alejarte de todo lo que huela a clases de plástica. Ya en la Educación Secundaria, toqué fondo con el dibujo técnico. No sé cómo me las arreglaba pero era mover un poco el cartabón y la tinta del rotring se desparramaba por toda la lámina. No recuerdo haber hecho ninguna que quedara bien. Así que, amparada por la minoría de edad, comencé a deambular por la línea que separa la picaresca de la corrupción. Le pagué a un interno de mi colegio para que me hiciera las láminas. Cien pesetas por lámina… por lo que aprobé Tecnología, pagando mil pesetas a mi compañero. Diría que me avergüenzo, pero no es así. Sé que si no lo hubiera hecho, aún seguiría semi-interna en aquel colegio intentando colocar bien la escuadra y el cartabón.


Esa falta de aptitud para el arte es lo que me ha hecho sentir verdadera admiración por los dibujantes. Y es de Jill Barklem, una de mis ilustradoras preferidas (junto a Beatrix Potter), de quien os quería hablar.
Jill Barklem es una escritora e ilustradora inglesa. De pequeña tuvo un accidente que le provocó un desprendimiento de retina. Como en el colegio no podía jugar con otros niños debido a este problema, comenzó a dibujar elementos de la naturaleza. 

 

Sí, por lo visto, es muy común en la gente que, cuando tiene un accidente siendo aún niños, durante la convalecencia desarrolle algún tipo de habilidad oculta. A mí, sin embargo, me escayolaron un brazo y me pasé quince días jugando con los mocos del blandiblub. ¡Oye! cada uno es como es.







La buena de Barklem supo aprovechar bien su destreza y ha conseguido ser una de las mejores ilustradoras de literatura infantil. Para configurar su gran obra “El Seto de las Zarzas”, estuvo dos años estudiando el comportamiento de los ratones y recreando, en su propia casa, los escenarios que luego se propondría dibujar. Gracias a este meticuloso trabajo, podemos recrearnos en sus ilustraciones detallistas, con despensas repletas de víveres, con dormitorios dulcemente decorados, con árboles que parecen tener vida… Como ella misma lo define: “El Seto de las Zarzas es mi mundo ideal, una sociedad en la que unos se preocupan de los otros, donde los ratones sólo quieren divertirse”.




Las navidades pasadas me regalaron su libro Las cuatro estaciones del Seto de las Zarzas y otros cuentos de la editorial Noguer. Es como un cuadro de 248 páginas. Me encanta participar en la vida rural de sus ratones durante las cuatro estaciones del año, ver cómo las hojas de los árboles se van enrojeciendo durante el otoño, cómo la nieve lo cubre todo en el invierno…

Así que hoy, para celebrar la entrada del solsticio vernal, he decidido leer el Cuento de Verano. Me he ido a pasar el día al riachuelo y he visitado la lechería de Amapola Buendía. Me ha contado que hoy se va a casar con el encargado del molino, el señor Polvareda. Así que me voy al bosque a  ayudar a preparar el banquete: sopa fría de berros, ensalada de achicoria fresca, dulces de miel, magdalenas y merengue.


La Lechería. No me importaría trabajar aquí con la señorita Amapola.


Preparando el banquete de bodas.


El Molino

 ¿Verdad que son una obra de arte?


Por cierto, si hay alguien que tenga alguna destreza y quiera enseñarme, estoy dispuesta a ser una alumna aplicada. No quiero morir pensando que no tengo ninguna habilidad.

¡feliz entrada de verano!

sábado, 9 de junio de 2012

Antínoo, el favorito del Emperador Adriano


A lo largo de los años, muchos han sido los gobernantes que han tenido a su lado personas de confianza que, por unas razones u otras, también han pasado a formar parte de la Historia de la humanidad: Richeliue, los validos de los Austrias, etc. Aunque, como veremos, en la Antigua Roma, los “favoritos” tenían un papel más allá de lo esencialmente político.

Antínoo era un joven bitinio que se convirtió, a una edad muy temprana, en el favorito del emperador. Adriano (117-138), de procedencia itálica, fue adoptado por su tío, el emperador Trajano para que fuera su sucesor. Sobre esta adopción ya hay bastantes dudas, pues según muchas fuentes, fue Plotina (esposa de Trajano) la que urdió la estrategia de la adopción, una vez que Trajano ya yacía muerto. También fue ésta la que consiguió que Adriano se casase con Sabina (sobrina nieta de Trajano). A pesar de que la boda se llevó a cabo sin ninguna vacilación, jamás hubo amor en dicho matrimonio de conveniencia. En alguna ocasión se oyó decir a Adriano que, de haber sido un ciudadano normal, se habría divorciado. 


El emperador itálico, a diferencia de su antecesor, renunció a proseguir las conquistas del Imperio Romano y se limitó a conservar los territorios obtenidos. Esto le dio la oportunidad de dedicarse a otras aficiones como la arquitectura, escribir y viajar por su Imperio. Adriano fue un gran admirador de la cultura helénica, tanto es así, que se ganó el mote de “grieguecillo” y fue muy criticado por dicha conducta.

En uno de estos viajes por Egipto conocería a su amado Antínoo, en el año 124. Por aquel entonces, el bitinio era sólo un joven de unos trece o catorce años. Desde ese momento, le acompañará en sus viajes, durante un período de seis años, hasta que el chico encuentre la muerte en el Nilo (130).



Museo de Delfos
Como Osiris en el Vaticano
Muchas son las dudas que se han alimentado sobre la muerte del joven Antínoo. La versión oficial fue que cayó, de manera accidental, desde el barco donde viajaban. Otra hipótesis explica que se sacrificó, para salvar a Adriano de una conjura. Y la tercera versión, más novelesca, fue dada por Margarite Yourcenar, quien expone en su libro Memorias de Adriano, que el joven se suicidó.



Exposición del British Museum

Sea como fuera, lo cierto y verdad es que tras el fallecimiento de Antínoo, el emperador no escondió el gran amor que sentía por éste. En la civilización romana, seguían existiendo las relaciones entre personas del mismo sexo. Sin embargo, no estaba tan aceptado como en Grecia. Pero esto no cohibió a Adriano, quien exhibió su dolor por toda Roma, fundó una ciudad en honor a su amado (llamada Antinopolis) y lo deificó, consiguiendo que se le rindiera culto. Esto último fue muy criticado por el Senado Romano, ya que sólo el emperador y su familia tenían esos honores. Algunas fuentes hablan de su exagerado luto (“lloraba como una mujer viuda”, se decía en Roma), pero al emperador poco le importaba. Finalmente, Adriano caerá enfermo y, a causa de las malas relaciones con el Senado, se retiró a vivir a sus villas, lejos de la capital. Primero a la Villa Adriana (en Tívoli) y luego a su Villa de Bayas, donde le llegó la muerte.

Adriano llora la muerte de Antínoo, Pinelli.


Como Sumo Pontífice, Louvre.

Como vestigios de este amor, nos han quedado las numerosas estatuas de Antínoo que se repartieron por todo el Imperio, para que todos los ciudadanos romanos pudieran rendirle culto. En casi todos los grandes museos que he estado (British Museum, Louvre, el Capitolino, el museo de Delfos…), contaban con una escultura del joven. Así que nos podemos hacer una idea de la cuantía de copias que se realizaron. Algunos hablan de centenares. Además, en su mayoría están esculpidas para representarlo según el canon griego y así resaltar la dulzura de sus rasgos.




En el primer post de mi blog, os comenté que, no sólo hablaría de libros, sino también de Historia. He intentado hacerlo lo más liviano posible, para no convertir la entrada en una página de enciclopedia. Espero haberlo hecho ameno e interesante. Mirando entre mis libros, he encontrado en un artículo de la revista Historia que la mujer de Adriano, Sabina, podría haber tenido también una relación pareja con la poetisa Julia Balbila (aunque de esto tendré que investigar algo más, porque hasta hoy no conocía esta relación, sólo sabía que eran amigas y que escribió algunos versos para Adriano). 
Museo Nacional de Atenas

Si queréis saber más, os recomiendo el libro Adriano Augusto. Está formado por varias conferencias de diferentes profesores universitarios expertos en la materia. Yo aún no he leído “Memorias de Adriano”, si alguien la ha leído, ¿podría darme su opinión? Y ya que estoy con las recomendaciones… si tenéis oportunidad, visitad la villa del emperador en Tívoli, a unos 20 km de Roma, es fantástica.

Las fotos son todas mías (me acabo de dar cuenta que parezco una “grupi” de Antínoo), excepto la de Pinelli, que está cogida de internet ¡Feliz fin de semana!